
Un buen opinador, para mí, debe cumplir con los siguientes requisitos:
Dedicar más de medio minuto a entender el tema del que va a opinar.
Ser ingenioso (y si no sabe, copiar a alguien que lo sea).
Tener modales (y si no sabe, copiar a alguien que sí los tenga).
Los opinadores de un libro suelen cumplir estos tres requisitos. Mientras que en los opinadores de un artículo en la prensa, estos atributos brillan por su ausencia.
El pasado sábado El País publicó un artículo firmado por este menda. Hubo muchos opinadores. En realidad, opinadoras. Opinadoras sin modales, sin ingenio y sin comprensión lectora.
—Si solo tienes un martillo dentro del cráneo, todo te parecen clavos —me contestaba el redactor del periódico.
Compartí con él un tuit que de tan absurdo —aunque ofensivo— me hizo soltar una carcajada. Como dice la Lebowitz en su libro Un día cualquiera en Nueva York:
Si usted siente una urgente y devoradora necesidad de escribir, limítese a comer algo dulce y verá cómo ese sentimiento se le pasa.
Los opinadores suelen envalentonarse con los titulares de la prensa. No leen el contenido de los artículos y su mentecatismo queda en evidencia.
Eso es bueno porque resulta fácil reconocerlos y silenciarlos.
A veces, algún opinador tiene la capacidad de taladrar con su verborrea tu coraza y entonces sangras un poco. Lo justo para hacerte reaccionar y cerrar la aplicación en cuestión.
—¿Debería autocensurarme? —piensas mientras te desinfectas la herida—. ¿Soy capaz de encajar el insulto? ¿Vale la pena exponerse de esta forma?
No suelo hacerme estas preguntas. Afortunadamente, digo lo que quiero casi siempre, excepto si existe la posibilidad de hacer daño a alguien que entonces me callo (callarse es gratis y prudente).
Pero hay gente que sí debe autocensurarse todo el tiempo, renunciar a ocupar determinados espacios, pensar mucho qué dicen y cómo lo dicen. Y eso termina por modular el uso que le dan a la tecnología:
Mientras que para muchos hombres la introducción de la tecnología en sus vidas cotidianas y, en concreto, de Internet o de las redes, han sido sinónimo de libertad y de nuevas oportunidades, el proceso no ha sido igual para la mayor parte de las mujeres. Muchas de ellas, después de primeras experiencias desagradables o, directamente, amenazantes o peligrosas, han cambiado radicalmente y toman precauciones que son muy infrecuentes en el caso de los hombres.
Este fragmento del libro Mr. Internet, de la doctora Marta Beltrán, puede aplicarse a distintos perfiles de seres humanos: personas racializadas, personas mayores, migrantes, menores extranjeros no acompañados, gente naranja y verde o personas con alguna discapacidad.
Cualquier individuo que se diferencie de la mayoría, tendrá que tener muchas precauciones a la hora de dar su opinión frente a esa mayoría.
La libertad de uno empieza donde acaba la del otro. ¿El truco no era saber eso?
Lo malo es que no solemos ser conscientes de nuestra propia libertad. Yo no me enteré de mis privilegios hasta que leí el libro de la doctora Beltrán.
Aquí.
Un abrazo sin criterio,
Oihan
PD1: ¿Adivinas quién es la gente naranja y verde? Pista: hablé de ello el 30 de junio del 2021.
PD2: Si me vas a dar cera, hazlo con el apetito saciado.
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